Hace diez años, señores,
yo me sentía más vieja,
y es que tenía el sentimiento
de no haber ido a la escuela.
Y es que en el Centro de Adultos
a veces ocurren milagros,
porque no puedo creer
que hayan pasado diez años.
Diez años que yo he vivido
una parte de mi vida,
y allí encontré la ilusión
que ya la tenía perdida.
Que no es sólo leer y escribir,
que nos enseñan más cosas,
a visitar nuestros pueblos
y a conocer nuestra historia.
Por eso durante el curso
yo nunca falto a la escuela;
tengo prisa por llegar
para hablar con la maestra,
porque respiro cultura
que me sabe a hierbabuena.
¡Y qué feliz yo me siento
en mi silla y en mi mesa!,
llevo mi bolso de trapo
que me sirve de carpeta,
dentro llevo mi cuaderno
con problemas y con cuentas.
Son dos horas en el día
que me sirven de esperanza,
porque estoy viviendo ahora
lo que no viví en mi infancia.
Y vivimos el presente
sin olvidar el pasado,
que una infancia sin escuela
es como un día nublado.
Y yo, muy agradecida,
las gracias le quiero dar
al alcalde, a los maestros
y a toda la sociedad,
que la deuda que nos debían
nos la han sabido pagar.
Y ahora los jóvenes y mayores
aprendiendo todos juntos,
y gritemos con alegría:
¡QUÉ VIVA EL CENTRO DE ADULTOS!
lunes, 2 de noviembre de 2009
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